***
(Anarquía: Ausencia de norma, ausencia de autoridad. Designa
aquellas situaciones en las que se da la ausencia de Estado o de Poder Público.
Según la acepción 2 del Diccionario
de la RAE: desconcierto, incoherencia,
barullo.)
***
Hace un tiempo, escribí un artículo que hablaba sobre la “violencia” que se vive en las gradas durante los partidos de baloncesto de nuestros hijos. Y no voy a corregir lo de “violencia”, porque según va pasando el tiempo, me reitero más en lo que creo que está ocurriendo en las canchas. En aquella ocasión, acabando la temporada 2014-2015, la tensión se vivió de un lado a otro de la grada, entre aficiones de los dos equipos que jugaban en una cancha que, desde entonces, me produce muchísima tensión sólo pensar en ella. Y tengo que decir que he vuelto muchas veces durante estos años con idéntico resultado.
Cuando tengo un tema como este entre manos, dudo
siempre si escribir o no sobre ello, porque no me gusta polemizar ni entrar en
discusiones de este tipo, ya que, al final, las opiniones que sobre estos temas
solemos tener son muy subjetivas, pero no puedo obviar, por más que quiera, lo
incómodo y desagradable que resulta ver un partido en esas condiciones, cada
vez más frecuentes, y en canchas de baloncesto, donde, históricamente, sólo se
respiraba deportividad.
El caso es que el pasado fin de semana mi asombro
alcanzó límites inimaginables al ser testigo, en dos partidos distintos, de dos
categorías diferentes y en dos canchas bastante alejadas la una de la otra, de
hasta dónde llega la incoherencia, la ignorancia, la irresponsabilidad, el no saber
estar, la intolerancia y la falta de respeto, tanto al rival, como a las
aficiones (la propia y la ajena), a los árbitros y a tu equipo en su conjunto. Tanto
es así, que en uno de ellos, el entrenador local llamó la atención del padre en
cuestión desde el banquillo, aunque, por desgracia, no consiguió cerrar esa
boca. Deplorable.
En esta ocasión, la retahíla de improperios no fue
contra la afición rival, es decir, contra nosotros, sino contra todo lo que
había en la cancha de juego: jugadores y entrenadores del equipo rival, árbitros,
mesa,… Estos dos “espectadores” se convirtieron de repente en entrenadores,
asistentes, jugadores expertos de baloncesto…; de todo sabían y de todo
opinaban, dejando claro que los equivocados eran los demás, con sus gritos sin
sentido, cuando lo único que tenían que hacer era ser PADRES y disfrutar del
partido que, en ambos casos, fue espectacular. Claro, que bien pensado, es
posible que a estos padres solamente les valga la victoria, que en ambos casos,
quedó de nuestro lado. Qué pena, ¿no? Atacar cuando se pierde en lugar de no
saber valorar el trabajo de sus equipos que, tengo que decirlo, fue excelente
en ambos partidos, a pesar de que no ganaran.
Mientras estaba sentada en la grada de estos dos
pabellones, escenarios improvisados de estos espectáculos grotescos, me
preguntaba qué pensarían los hijos/ jugadores de estas dos personas… Quizá
deberíamos preguntarles qué les parece estar jugando y tener de fondo la
insistente voz de su progenitor diciendo barbaridades a cuál más gorda. Es una
pena no poder hacerlo, ya que estoy segura de que la respuesta no iba a
dejarnos indiferentes.
Me gustaría dejar claro para terminar que yo no soy
una balsa de aceite viendo los partidos de mis hijos, ni los de mis amigos o
equipos que sigo, ni en casa sentada en el sofá, ni en una cancha de
baloncesto. Me gustan, los disfruto, los vivo, animo, me levanto si está interesante
y ajustado para los míos, me siento, me vuelvo a levantar, grito, salto,
aplaudo… Pero nunca, jamás, se me ha ocurrido insultar a un árbitro, por muy
mal que me parezca que lo está haciendo (RESPETO), ni a los jugadores del
equipo rival, ni mucho menos al entrenador. Y si esto no lo hago con el equipo
rival, podéis imaginar que menos aún con mi propio equipo. Claro que yo tengo
claro que no soy ni jugadora, ni entrenadora, ni árbitro. Soy MADRE y
AFICIONADA, aunque me cabree, me enfade, me desespere o no esté de acuerdo con
las decisiones arbitrales, incluso cuando pienso que éstas han influido en el
resultado del partido. Todos tenemos derecho a opinar, eso por supuesto, pero
no creo que nadie tenga derecho a pisar la dignidad de nadie, ni dentro ni
fuera de una cancha, y menos aún usando el deporte como excusa.
Por
favor, disfrutemos de este deporte y dejemos a los demás disfrutar también.
Respetemos, aunque no nos guste lo que vemos.
Animemos,
pero sin menospreciar el trabajo de los demás.
Enseñemos
a nuestros hijos que a veces se gana y a veces se pierde, pero que no por ello
se es el mejor o el peor. En eso consiste la DEPORTIVIDAD.
Enseñemos
a nuestros hijos que hay que ser generosos y humildes en las victorias y que
las derrotas nos enseñan a ser mejores.
Digamos
a nuestros hijos con nuestros actos que queremos canchas vacías de “violencia”.
El
mejor ejemplo empieza con una grada libre de “anarquías”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario