Ellas también juegan,
con
DelyAdela.
¡La madre que te...!
Cuando estoy en la grada, soy de las que aplauden, gritan,
animan… El “¡vamos chicas!” o “¡vamos chicos!” siempre me sale varias
veces en un partido; alguna vez chillé a la mesa cuando me parecía que faltaban
algunos puntos o cuando creía que no habían parado el reloj, y eso que en
aquellos momentos no tenía ni idea de cuándo se para, cuándo no, qué significa
cierre de acta, etc. Alguna vez he llegado a decir algo así como “¡esos pasos los vi hasta yo!”, pero eso
es algo típico, ya que te metes en ambiente y, a veces, según el ritmo del
partido, es inevitable. Y no es por poner excusas, pero yo siempre intento ser
educada y correcta, mis padres así me lo inculcaron y aún hoy soy incapaz de
llevarles la contraria en eso.
Como todos sabéis, hay partidos a los que antes de ir ya
sabes que van a ser “animados”, por decirlo suavemente; hay equipos con los
que, quizás por una rivalidad mal entendida, vas a compartir una grada
“hostil”, incluso con pancartas dándote la “bienvenida
al infierno” (lo digo porque lo viví, no me estoy inventando nada); hay partidos
para los que, desde los mismos equipos, se pide a los aficionados que vayan a
animar, que haya gente en las gradas, que se apoye al equipo correspondiente
por parte de los demás miembros del club como si fuese la final del Campeonato
de España… Hay partidos en los que, y últimamente con más frecuencia, nos
encontramos con padres y madres que se emocionan demasiado, chillan e insultan
a los árbitros, a la mesa…; padres y madres que, estén donde estén sentados en
la grada, son capaces de reconocer pasos y faltas con una vista tremenda, normalmente
del equipo contrario, claro está… También hay entrenadores que son todo un
espectáculo quitando protagonismo a jugadores y afición y que, en ocasiones,
fomentan un comportamiento que, menos deportivo, se podría llamar de muchas
maneras. Tengo que confesaros que, en alguna ocasión, me he ido de algún
partido por no gustarme el ambiente, a veces por la grada rival y a veces por
la propia (reconozco que aunque eso lo “perdonaba” más, también sentí alguna
vez que algún aficionado de mi propio equipo se emocionaba demasiado). Eso sí,
desde que estoy metida en este mundillo, me
comporto mucho mejor cuando voy a ver un partido desde la grada, que cada vez
es en menos ocasiones, porque no hay nada como meterse en la piel de otro para
dejar de juzgarlo. Y claro, como todos sabemos, normalmente, los que salen peor
parados son los árbitros, sobre todo las
árbitros (lo siento si no es lingüísticamente correcto, se debería decir las árbitras, pero es que me suena raro);
los oficiales de mesa nos libramos un poco más, estamos menos expuestos, aunque
también nos toca lo nuestro en ocasiones.
Bien, a lo que voy…
Uno de estos fines de semana pasados me tocó hacer la
mayoría de los partidos femeninos y lo que pasó en ellos me hizo plantearme si
hay diferencias entre los partidos masculinos y los femeninos, porque muchas
veces me parece que sí. Me refiero a diferencias en la grada, en el comportamiento
de las aficiones, porque sí tengo claro que hay diferencias en el
comportamiento en la pista de juego. A veces, me da la sensación de que nos
comportamos peor cuando se trata de chicas, nos “calentamos” más. No sé si es
un afán protector, por eso tan famoso de considerarnos sexo débil; no sé si es
porque ellas nos lo exigen más (yo tengo uno de cada y creo que ella me pregunta
más cosas al final del partido que él; necesitan, quizás, más nuestra opinión).
En resumen, no tengo muy claro por qué, pero sí tengo visto y vivido partidos
más tensos, donde, desde la grada, se hacían comentarios desafortunados a
árbitros, mesa e incluso a jugadoras rivales. Partidos en los que parece ser
que no se pita nada o se hace mal, siempre en contra de nuestro equipo, en los
que todas las jugadoras rivales están siempre cometiendo faltas o no saben
votar porque siempre hacen dobles o pasos…; partidos en los que los oficiales
de mesa siempre son partidistas y se
olvidan de apuntar justamente las canastas de las nuestras o no cambian la
flecha de posesión en caso de que nos favorezca…; partidos en los que cuando
una jugadora rival, de unos once años de edad aproximadamente, (una alevín
jugando en un equipo infantil no es tan difícil de ver), va a lanzar tiros
libres se la trata igual que a todo un jugador profesional de Liga Oro (ya
sabéis, cánticos, silbatos, ataques de tos repentinos, incluso alguna vez oí
alguna gallina por ahí…). Partidos, en definitiva, en los que parece que la
competición está fuera de la pista, en la grada o en el pequeño margen entre la
línea de fuera y la pared donde tiene que colocarse la afición…
Al hilo de todo esto que os describo al vivirlo ahora más
directamente, decidí hacer esta reflexión que dejo aquí por si a alguien más le
apetece pararse pensar en ello. Yo soy una de ellas, soy madre de un jugador y
de una jugadora; soy la primera de la lista en tener que pararme a pensar, en
juzgarme y en poner algo de mi parte para mejorar alguno de estos aspectos.
Vamos a animar a
nuestras hijas, sí…
¡Pero sin acordarnos
continuamente de la madre que … al
árbitro, a los oficiales, a los jugadores, al entrenador rival…!
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