domingo, 16 de junio de 2019

Querido entrenador...


Hace unas semanas empecé a escribir un post titulado “Querido entrenador…”, una despedida de temporada que pretendía estar a la altura de otro año estupendo lleno de baloncesto, buenos amigos y muchas, muchas, muchas nuevas experiencias y muchos sentimientos, aunque no siempre positivos, que todo hay que decirlo. Pero en general, otra buena temporada en casi todos los sentidos. El post empezaba así:

Querido entrenador:
Un año más, se acaba la temporada… Llega ese momento que hace que nuestros sentimientos choquen como si fuesen trenes a punto de descarrilar y nunca, por más años que pasen, sabemos cómo gestionarlos. Por un lado, está ese sentimiento de alivio: “se acaba…”, nos decimos, “hemos hecho lo que hemos podido…”; nos despedimos hasta septiembre, cogemos el macuto y nos vamos… Por otro lado, está el sentimiento que nos deja el “hasta luego”, el pensar en vivir los próximos meses sin baloncesto, sin sentir el calor de nuestros jugadores, sin sentir el nervio de la grada, sin ver las caras de alegría de los chicos cuando las cosas salen bien, sin estar a su lado para darles una palmadita en el hombro cuando salen mal… Y, siempre, la misma sensación en el estómago al apagar las luces de la cancha…”.

Lo continué un par de párrafos más, hasta que me di cuenta de que en realidad no estaba diciendo lo que quería decir o, en este caso, no escribía lo que me había propuesto… Y paré. Dejé una frase a medio terminar y paré. Había pasado varios días con la idea rondándome por la cabeza, escribir una carta dirigida a un entrenador de baloncesto, alguien parecido a alguno de los que conozco, dedicada a todos esos que de sobra sé cómo se sienten cuando acaba la temporada... La mezcla de alivio y tristeza, las ganas de descansar mezcladas con la pena que siempre produce un final… Pero, realmente, no era eso lo que quería escribir, no quería un post tierno y blandito de despedida de temporada, sino un post duro y reflexivo sobre lo que nunca, jamás, debe hacer alguien que se haga llamar “entrenador”, y ya me da igual si es o no de baloncesto… Quería escribir sobre esos entrenadores que terminan perdiendo el respeto de sus jugadores por sus actos, sus palabras, sus gestos,… Quería escribir sobre algo que no me cabe en la cabeza y que considero absolutamente incompatible con ser entrenador de baloncesto, con jugar en equipo, con llevar el escudo de un club bordado junto al corazón.

 A lo largo de estos últimos meses he prestado mucha atención a las publicaciones, textos, noticias, consejos, enseñanzas, etc…, que sobre los entrenadores se han publicado. He visto y leído de todo: barbaridades y sabios consejos casi a partes iguales. Por desgracia, debo decir, ya que lo segundo debería primar, y mucho, sobre lo primero. ¿Es normal que en un colectivo como este haya quién, amparándose en la cultura y valores que transmite nuestro deporte, se crea más especial que el resto? ¿Es normal que haya aún entrenadores que piensen que son imprescindibles, que sus conocimientos, técnicas o títulos son únicos? ¿Es normal que haya algunos que piensen que pueden hacer o decir lo que les venga en gana sin que esto tenga consecuencias? Si nos pasamos la mitad de la temporada criticando y enjuiciando a los jugadores que no cumplen con su trabajo y responsabilidad con su equipo, digo yo que también deberíamos hablar de los entrenadores que pierden de vista la globalidad de un “equipo” (entendiendo éste como un club con todos sus componentes) para convertirse en reyes de un grupo de gente que comparte un balón, en el mejor de los casos, pero que nunca actuará como un “todo” porque su guía no ve más allá de su propio ego. Y esto, muy a mi pesar, y sé que también muy a vuestro pesar, existe.

¿Qué hace grande a un club? Me lo he preguntado varias veces esta temporada después de leer o ver algunas cosas… Y la respuesta siempre ha sido la misma: la unidad, el remar todos juntos en la misma dirección, teniendo en cuenta que ese “todos” engloba desde el jugador más joven del club, hasta los veteranos, entrenadores, padres, simpatizantes, ¡hasta el conserje del poli forma parte del equipo! Y el que guía a ese equipo, el que nos debe llevar a todos de la mano, el que nunca debe permitirse perder el respeto de todos, y mucho menos de sus jugadores, es el entrenador. Sus actos, sus palabras, sus gestos, …, todo queda en la retina de los jugadores y su ejemplo es el ejemplo que nuestros hijos seguirán durante mucho tiempo. Si el entrenador grita a un árbitro, ellos también lo terminarán haciendo; si da las gracias, ellos le imitarán; si patalea, ríe o llora ante determinadas situaciones, ellos también lo harán antes o después… Porque él es quien rige la parcela deportiva de los chavales, es un formador, un educador cuyas enseñanzas, buenas o malas, formarán parte de la vida de nuestros hijos para siempre.


Querido entrenador… Te necesitamos, a ti, a tu persona, a tu sonrisa…; a tus palmaditas en la espalda, tus gritos en los entrenos y tus broncas desde el banquillo…; necesitamos que enseñes el camino, infundas valor y guíes a los jugadores en su aventura deportiva. Necesitamos que estés, en las buenas y en las malas… Que nunca olvides que un equipo no es un equipo si no tiene un capitán, y un capitán debe siempre poner el “yo” al servicio del “nosotros”, sólo así lograrás construir un equipo imborrable, inolvidable e insuperable. Ganes o pierdas en la cancha, habrás ganado el partido más difícil: el respeto de los jugadores de tu equipo, de tu club y de los rivales. Y serás para siempre el entrenador que ellos siempre querrán ser.

Bss. 






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